#7 Siempre fuiste mi espejo
“Siempre fuiste mi espejo, quiero decir que para verme tenía que mirarte.”
— Julio Cortázar
El reflejo de un espejo es como una persona: puede amarnos, odiarnos o simplemente ignorarnos. Todos nos hemos topado alguna vez con un espejo en el que no nos reconocemos, y todos tenemos al menos un espejo que nos devuelve una imagen más amable.
Caminando por la calle, a lo largo de los escaparates y portales uno tiene la posibilidad de descubrir todas las versiones que existen de uno mismo. En la luna de un coche veo a la desconocida que a veces soy y tanto me cuesta reconocer. En el escaparate más próximo, me veo de reojo y me percibo con una buena silueta, en el siguiente me veo encorvada, así que en el sucesivo yergo la espalda. Presiento que la vida consiste en reflejarte en el escaparate de lo demás. Y sospecho que dependiendo de la etapa, de las experiencias que vivimos, de con quien pasemos más tiempo, existen muchas versiones de nosotros mismos.
También hay espejos que son enemigos declarados. Al entrar en un probador puedes sentir un gran desengaño. Imagino que algunas personas se han salvado huyendo de allí a toda prisa, evitando esa imagen incómoda. Otras, donde a veces me incluyo, han sucumbido con el ego golpeado dentro de esos innecesarios cubículos ultra iluminados de las tiendas de ropa. Las personas probadores tienen el mismo efecto: resaltan los defectos y expresan sugerencias huecas.
Me digo a mi misma que no puedo controlar cada reflejo ni cada persona con la que me voy a tropezar en la vida, pero lo que sí puedo hacer es convertirme en un espejo amigo y elegir cuidadosamente los espejos que estarán en mi casa, en la oficina, en mi día a día. Tratar de cuidar a las personas y nunca, nunca obstaculizarlas, ser abono y no plaga, soporte y no techo. Ser orilla en calma, ser refugio ante las mareas, poner las cosas fáciles, dejar ser. Una puerta abierta a la que siempre puedas volver, amor mío.